De golpe y to' junto
- Bonooq by Aide Montilla
- Nov 7, 2022
- 2 min read
Desde que nacemos aprendemos rutinas, le damos forma a nuestros días con la esperanza de poder “controlar” cada aspecto de nuestro diario vivir.
¡¡¡¡Una cosa increíble!!!!
Se nos olvida un pequeñito detalle: no es posible.
El jueves de la semana pasada fue un día normalito para mí. Levantarme, café, dejar los menores listos para el colegio, trabajo. Nada especial. Alrededor de las 2:15 pm entra una llamada de un numero desconocido. Por suerte tengo la costumbre de siempre contestar. Al otro lado se identifica la enfermera del colegio de mi hijo menor quién me informa, con una voz alarmante, que el enano se había caído jugando y se había roto el brazo (favor insertar emoji aquí).
No tengo que decirles que casi me da un soponcio ahí mismo. Me levante de mi silla "con calma", avise en la oficina, llame a mi jefa, procedí a guardar todo y salí como una loca hacia donde estaba mi muchachito.

El trayecto era una hora, con los tapones en un taxi me tomaría más tiempo y no existe forma humana de acelerar el tren, el cual se paseaba con su acostumbrada calma estación por estación; una avalancha de pensamientos y sentimientos me arropo en el camino y de repente sentí unos deseos inmensos de llorar. Esa no era una opción, pues solo lograría perder la poca calma que tenía. Sin pensarlo mucho tome mi celular y me puse a escribir.
Escribí sobre lo que sentía en ese preciso instante, sin filtros, sin pensar en su rima y resonancia, sin siquiera fijarme en la ortografía y la gramática. Simplemente escribí, como si mi vida dependiera de ello. Escribí porque era la única forma de poder apaciguar mis pensamientos, de calmar las emociones que por mi cuerpo se paseaban, de mantener la cordura, de darle un respiro a mi alma.
Hoy domingo a las 11:30 pm mi hijo sigue con su brazo roto, esperando fecha para su cirugía, con la angustia de no saber cómo quedara su brazo ni que me deparan los próximos días, con el sueño atrasado y las noches de vela que me faltan por vivir, repleta de la calma que escribir estas letras le da a mi alma.
Ese es precisamente el efecto mágico que produce descargar nuestras penas en un pedazo de papel o en este caso en una pantalla.
Y tú, ¿qué haces cuando sientes que no puedes más?

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